25 ene 2016

Un acto de desagravio a la educación ambiental (en un fallido 26E)






En homenaje a la ONG Geografía Viva y a Pablo Kaplún por su honestidad profesional y compromiso con las comunidades menos favorecidas.


Desde hace ya varios años apareció en Internet un curioso mito urbano: La existencia de un supuesto "Día Mundial de la Educación Ambiental" a celebrarse el día 26 de enero.

Como en otros fenómenos de esta era de la reproducción digital, esta  idea bonita se hizo viral, y en muy pocos años una enorme cantidad de personas en diversos países dieron por hecho la existencia de esta conmemoración, sin importar que la misma hubiera nacido de algo cercano a la generación espontánea (*).

Un elemento interesante en este caso, es que a diferencia de otros mitos urbanos que desaparecen en poco tiempo, este persiste e incluso se expande. Este año parece que esta irradiación logró alcanzar un nuevo y asombroso nivel. En un correo me encuentro con que ya se está hablando en un alarde de creatividad hiperbólica de un "Mes de la Educación Ambiental".

Todavía me duelen los ojos cada vez que vuelvo a encontrarme en el correo esa fantasía exuberante nacida de quién sabe qué indigestión del “recorta y pega” de páginas de Internet construidas de la misma manera.

Pero la educación ambiental no necesita de celebraciones ni conmemoraciones, ni de tortas de cumpleaños. Ella nació en algún momento de los años 60 del siglo pasado como una respuesta social ante los desafíos de la carrera desbocada hacia un “progreso” ciego y sordo a todo lo que no fuese su propio crecimiento y sinrazones.

La idea de esta nueva educación fue acogida en todo el mundo con pasmosa unanimidad. En un plazo de pocos años, luego de ser planteada, en casi todos los países del mundo habían desde contenidos ambientales incorporados a los currículos educativos, hasta actividades educativas dirigidas a comunidades en todos los contextos y situaciones posibles.

Pero quizás más importante es que se convirtió en una necesidad y un derecho humano: Frecuentemente personas de todas las condiciones expresan su deseo de ser educados ambientalmente.

Pero qué es la educación ambiental. El que revise la literatura especializada encontrará que existen múltiples definiciones. Entre ellas, quizás una de las más populares fue propuesta por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) en 1970. La misma indica que es un "proceso continuo en el cual los individuos y la colectividad toman conciencia de su medio y adquieren los valores, las competencias y la voluntad para hacerlos capaces de actuar en la resolución de los problemas actuales y futuros del medio ambiente."

Si tomamos esa definición como una guía para elaborar programas educativos nos encontramos ante el hecho de que tenemos que buscar medios de enseñanza que permitan lograr que personas adquieran valores, competencias y voluntad para actuar en la resolución de problemas, no solo actuales, sino futuros, y que este debe ser un proceso continuo a lo largo de la vida de las personas.

Este no es un propósito sencillo, ni trivial e implica la utilización de las mejores herramientas que la educación pueden suministrar para ir construyendo y reforzando la conciencia ambiental de toda la ciudadanía.

A lo largo de los más de cincuenta años desde que esta definición fue dada se han realizado esfuerzos importantes para desarrollar teorías y prácticas que permitan hacer cada vez más posibles estos ambiciosos propósitos.

Pero como toda acción humana ésta también tiene sus callejones oscuros.

Es ya habitual encontrar que lo que algunos llaman “educación ambiental” son unas actividades banales y sin sentido empaquetadas en un disfraz de supuestas buenas intenciones “ambientales”, algunas de ellas cercanas a la estafa educativa.

Puedo parecer excesivamente cáustico, pero con demasiada frecuencia me consigo con “actividades de reciclaje” que no solo no cuestionan la causa del problema del crecimiento de los desechos, ni generan verdaderas soluciones a este tema, sino que en un alarde de incoherencia propician el consumismo y generan nuevos desechos.

También algunas instituciones tienen el hábito de llamar educación ambiental a actividades meramente informativas, es decir charlas, que con frecuencia caen en los peores pecados de la educación: ser escasamente pertinentes y totalmente aburridas para los participantes.

En ambos casos  estamos muy lejanos a la adquisición de valores como pide el concepto.

A eso le tenemos que unir una educación ambiental escolar básicamente conceptual: “bancaria” la hubiera llamado el gran educador brasileño Paulo Freire. Si no me cree, vea el tratamiento que se le da al tema del cambio climático en el currículo de la educación primaria venezolana.
De nuevo estamos lejanos al logro de valores, competencias y voluntad para la resolución de  problemas ambientales.

Todo ello en el medio de una progresiva descalificación de la educación como proceso substantivo de cambio y mejoramiento de la sociedad, así como el desconocimiento de sus bases conceptuales como ciencia social.

Ese menoscabo de la educación no es nuevo, mencionando otra vez a Paulo Freire, este autor indicó que:

“Enseñar exige rigor metódico, investigación, respeto a los saberes de los educandos, crítica, estética y ética, la corporificación de las palabras en el ejemplo, reflexión crítica sobre la práctica, el reconocimiento y la asunción de la identidad cultural [...], humildad, tolerancia y lucha en defensa de los derechos de los educadores, alegría y esperanza, convicción de que el cambio es posible, curiosidad [...], seguridad, competencia profesional y generosidad [...]. Enseñar exige comprender que la educación es una forma de intervenir en el mundo (En “Pedagogía de la Autonomía” tomado de Wilches Chaux, 2006)

Quizás en lo que se refiere específicamente a la educación ambiental, este ataque se materializa en la destrucción de las instituciones que gestionan las políticas públicas en este campo. Hace un año fue en Venezuela, más reciente en México.

A los poderes asociados al “desarrollismo” no les gustan las personas con conciencia ambiental.

Pero la educación ambiental es algo más que otro campo educativo, es una aspiración de cambio de muchas personas, de todas aquellas que sienten que pueden y tienen el derecho de vivir en un ambiente sano, seguro y ecológicamente equilibrado, como lo expresa nuestra Constitución.

Y aún a pesar de que la educación ambiental ha sido tachada de “subversiva” o por el contrario de “innecesaria”, ha sobrevivido a todos esos ataques y resurgirá en cada momento en que alguna persona sienta que tenemos que hacer algo por superar nuestros gravísimos problemas ambientales.

En función de ello ¿De dónde saldrán las semillas que permita el resurgimiento de una educación ambiental verdaderamente transformadora de nuestra realidad?

La respuesta de esa pregunta no es fácil, pero hay claros indicios que las mismas están ya en terreno fértil.

La semana pasada tuve la oportunidad de ser testigo de la defensa de la Tesis Doctoral de Pablo Kaplún. Fue un privilegio y un placer oír la síntesis de un esfuerzo de muchas décadas dedicadas a explorar junto a comunidades en riesgo diversas maneras de superar sus problemas.

Pablo explicó las dificultades y complejidades de trabajar en contextos culturales que obstaculizan el cambio, dificultades políticas y enormes obstáculos logísticos. Pero a la vez mostró caminos posibles para superar todos esos problemas, y así lograr que las comunidades se conviertan en protagonistas reales de procesos de cambio que los favorecen de manera real y efectiva. Todo ello explicado con rigor académico, honestidad profesional y un enorme grado de compromiso social con las personas con las cuales Pablo y Geografía Viva han venido trabajando.

Al final, los presentes  entendimos que la educación ambiental bien planteada y realizada de manera permanente, es la única vacuna posible para esa forma de bloqueo que  lleva a algunas personas a considerar que los riesgos ante desastres socionaturales u otros problemas como la falta de agua, el cambio climático, son culpa de algún factor externo a sus vidas y no de sus (nuestras) acciones o de los graves errores de los que tienen funciones de gobierno.

Hay buena educación ambiental para rato mientras existan organizaciones como Geografía Viva y personas como Pablo Kaplún.



(*) Para una revisión de las búsquedas fallidas de un posible origen que fundamente la existencia de un Día de la Educación Ambiental vea:
“¿Día de la educación ambiental? 2. Investigaciones, venezolanismos, rendiciones, conversaciones y propuestas” http://forotuqueque.blogspot.com/2012/01/dia-de-la-educacion-ambiental-2.html 
“¿Día de la educación ambiental? efemérides fantasmas o los gatos amarrados” http://forotuqueque.blogspot.com/2012/01/dia-de-la-educacion-ambiental.html 
“¿Día de la Educación Ambiental?” http://forotuqueque.blogspot.com/2009/01/da-de-la-educacin-ambiental.html

11 ene 2016

Volviendo del futuro ambiental






El siguiente artículo fue publicado en la Edición Aniversaria del Semanario Quinto Día aparecida el pasado 27 de noviembre. La misma recogió una serie de textos breves - y en tono positivo - sobre diversos temas los cuales buscaban responder a la solicitud de enviar "consejos a los gobernantes".

Ha pasado poco tiempo desde su publicación, pero ya algunos de los puntos tratados parece que se encaminan a un presente peor de lo esperado.



La película “Volver al Futuro II” de 1985 comienza con la aparición de un extravagante científico que dice venir del futuro y le pide al protagonista que le acompañe de regreso para tratar de evitar unos sucesos que aún están por ocurrir. La fecha objetivo: 21 de octubre de 2015.

Si contáramos con los medios para viajar, por ejemplo veinte años al futuro, ¿Cómo sería recordado el año 2015? Vamos a poner nuestra máquina del tiempo en marcha para investigar sobre lo que se vivió en ese momento.

Es casi seguro que cuando se revisen los principales sucesos ocurridos ese año, el mismo estará marcado por importantes acontecimientos ambientales. Ellos serán percibidos como hitos que definirían el futuro de nuestro planeta y nuestro país.

Iniciaríamos la cuenta en el mes de mayo con la publicación de la Encíclica Papal “Laudato Si´”. En ese documento el Papa Francisco hace un vehemente llamado  a la acción por la protección de nuestra “Casa Común”. Asimismo, critica el consumismo y la codicia y exhorta a lograr una acción colectiva para actuar contra el cambio climático.

Más adelante, en el mes de septiembre, la Asamblea General de las Naciones Unidas estaría aprobando el documento “Transformar nuestro mundo: la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible”. El mismo contiene 17 objetivos y 169 metas dirigidos a orientar los esfuerzos de desarrollo global. Un elemento resaltante de estos Objetivos de Desarrollo es que los temas ambientales atraviesan toda la Agenda, por lo que la dimensión ambiental se convierte en uno de los ejes principales de este compromiso mundial.

Luego, a finales de año, en París se realizaría la  Conferencia de las Partes de la Convención Marco de Cambio Climático de las Naciones Unidas. En ella se estaría alcanzando un nuevo acuerdo para regular la emisión de gases causantes del calentamiento global. Asimismo, esta Conferencia obtendría otro resultado importante: El compromiso voluntario de 146 países del mundo de disminuir según sus posibilidades la emisión de estos gases en sus territorios y procesos.

Quizás también se recuerde el año por un hecho adicional: El haber alcanzado un nuevo record en las temperaturas del planeta. Un dato que debería habernos recordado que caminábamos hacia un posible desastre ambiental.

Y en Venezuela ¿qué estaba ocurriendo en materia ambiental ese año?

Las noticias no serían buenas: Se había eliminado el Ministerio del Ambiente, uno de los organismos pioneros en políticas de gestión ambiental en el mundo. Más adelante en el año se crearía un nuevo ministerio llamado de Ecosocialismo y Aguas cambiando el foco de la gestión ambiental a la doctrina política del momento.

En paralelo, la situación ambiental del país sería preocupante: Un estudio indicaría que más del 39% de los hogares venezolanos no recibían agua de forma regular. A la vez que se multiplicaban las denuncias por la mala calidad del agua distribuida en las redes de acueductos. Asimismo, el resultado de un trabajo realizado en toda la Amazonía revelaría que Venezuela era el único país de la región donde la deforestación de sus bosques amazónicos estaba aumentando. La minería ilegal de oro en la Guayana seguiría con su secuela de devastación, contaminación, enfermedad y destrucción de las culturas indígenas. Surgirían nuevas amenazas sobre las Áreas Bajo Régimen de Administración Especial, incluyendo Parques Nacionales protectores de nuestra biodiversidad e importantes productores de agua y electricidad. Asimismo se multiplicarían las obras públicas realizadas sin respetar las normas constitucionales y legales de control ambiental. Ese año Venezuela no aportó ningún compromiso, ni mostró avances en materia de cambio climático. Y, sin agotar la lista, se mantendría un grave conflicto entre los funcionarios del extinto ministerio del ambiente y las autoridades del nuevo ministerio.

Afortunadamente no todo serían malas noticias: Diversas organizaciones, instituciones y personas estaban haciendo esfuerzos por mejorar la conciencia ambiental de la ciudadanía, establecían programas de reciclaje, apoyaban la conservación de la biodiversidad, promovían emprendimientos basados en los principios de la sustentabilidad, investigaban y articulaban el conocimiento científico en materia de cambio climático, entre otras acciones. Todo ello a pesar del entorno político y económico extremadamente difícil de ese momento.
Dado este panorama, cuáles podrían ser los consejos que esos viajeros en el tiempo podrían dar a nuestros gobernantes.

El primero, y quizás más importante, sería no perder la oportunidad que representan los Objetivos de Desarrollo Sostenible aprobados por las Naciones Unidas. Ellos pueden actuar como lineamientos que orienten una Agenda Nacional encaminada a redefinir nuestro modelo de desarrollo. A la vez, a corto plazo, servirían para encauzar las acciones de los organismos venezolanos con competencias ambientales.

Esta oportunidad ha sido ya señalada por el Presidente de la República. El cual, al regresar de su participación en la Asamblea General de las Naciones Unidas, convocó “a todos los sectores del poder popular a conocer y estudiar los 17 Objetivos de Desarrollo Sustentable”. Asimismo, pidió la realización de un debate nacional sobre los mismos, así como incorporarlos al Plan de la Patria.

Este “debate para la acción”, como el mismo presidente lo definió, pudiera ser una oportunidad extraordinaria para lograr una alianza nacional amplia, inclusiva y abierta por un desarrollo justo, democrático y responsable de nuestra nación.

El debate debe hacerse sin sectarismo ni exclusiones, respetando el derecho de todos los ciudadanos a participar de manera protagónica y eficaz en la construcción de nuestro futuro como país.

Mientras esta discusión se realiza, es urgente que el Ministerio de Ecosocialismo y Aguas diseñe, revise o reactive acciones adecuadas para la solución de los problemas ambientales del país. Estos, al menos, deben incluir: el control de contaminantes y otras fuentes de daño ambiental, la protección efectiva de especies y ecosistemas, la gestión integral de cuencas y los planes de ordenamiento del territorio. Asimismo debe liderar el diseño de planes nacionales para la mitigación y adaptación al cambio climático, así como coordinar un programa nacional de educación ambiental sin apellidos partidistas.

También será necesario que la Asamblea Nacional se incorpore a esta acción. Se necesita promover leyes que le den piso legal a la lucha contra el cambio climático y revisar las normas ambientales que estén desfasadas o son ineficaces. Igualmente será preciso promover el uso de los presupuestos nacionales como herramienta para impulsar las prioridades que surjan de una Agenda Nacional Ambiental en el marco de los Objetivos de Desarrollo Sostenible.

Los ciudadanos igualmente necesitamos activarnos y trabajar para defender nuestros derechos ambientales y de participación, así como promover acciones y procesos de articulación y diálogo y actuar como contralores de las acciones que se realicen.

El futuro de Venezuela puede ser promisorio para todos sí asumimos nuestro territorio y sus recursos naturales con conocimiento, responsabilidad y sensatez, pero también puede ser de mayores dificultades y limitaciones, especialmente para la población de menores recursos, si dilapidamos esta oportunidad.

No es necesario viajar en el tiempo para comprender estas opciones y actuar en consecuencia.



Mi agradecimiento a la periodista Leni Ramírez por la oportunidad y el apoyo en la redacción de este artículo.