¿Qué pasa cuando la gente no sabe la diferencia entre un chinche y un chipo?
La siguiente anécdota es real y la viví personalmente:
Sala de espera de un consultorio médico. Una señora comienza a protestar en voz alta porque supuestamente hay un chipo en la habitación. El resto de los pacientes mira a la señora con nerviosismo, pero ninguno hace el menor intento de corroborar lo que dice. El bicho resultó ser una chinche de jardín, famosa por el olor desagradable que emite cuando es molestada, pero nada que ver con un vector del mal de Chagas. No hubo manera de tranquilizar a la señora hasta que alguien sacó al insecto de la habitación.
Puedo contar un sinfín de cuentos similares que involucran mariposas nocturnas, escarabajos, arañas, chicharras, orugas, ranas y otros animales, en su mayoría totalmente inofensivos, frente a los cuales muchas personas tuvieron reacciones de miedo e incluso de pánico.
También he vivido situaciones en las cuales la respuesta de las personas involucradas fue de ignorancia, rechazo o repugnancia. O, por otra parte, ver a personajes manipulando de manera imprudente organismos vivos que eran un riesgo para su seguridad o las de otras personas.
La ciudad como territorio del olvido
En todos estos casos, el problema parece estar en el analfabetismo ambiental de la mayor parte de la población humana que habita en las ciudades actuales. Es decir, en el desconocimiento total o parcial sobre las especies biológicas presentes en el entorno de muchas personas, así como de las conexiones que nos ligan a ellas.
En regiones donde todavía existen ambientes naturales la mayor parte de las personas que allí viven tienen muchos conocimientos sobre los organismos que los rodean. Ellos deben aprender cuáles animales son peligrosos y como defenderse de ellos; deben conocer la disponibilidad de frutos y animales que se usan como alimento, así como de materias primas y plantas medicinales. Estos saberes son transmitidos entre generaciones mediante la práctica diaria y a través del contacto directo con la biodiversidad.
Por el contrario, esta información tiene poca importancia en ambientes urbanos, por lo que no se propician formas de contactar o aprender sobre las especies silvestres y la naturaleza misma.
En ausencia de experiencias reales, los conocimientos sobre la biodiversidad son transmitidos por la educación escolar de forma teórica, descontextualizada y desconectada de las experiencias reales o a través de la televisión y otros medios de comunicación, los cuales tienden a referirse a zonas o países lejanos, crea fantasías, mitos e inexactitudes sobre los animales silvestres y la naturaleza en general y promueve la desconexión de las experiencias reales.
Es por ello, que en muchas ciudades actuales, muchos niños nunca han tomado una fruta de un árbol, no conocen las aves o insectos locales, ni saben usar materiales naturales para construir juguetes. Este proceso ha sido llamado “extinción de la experiencia natural”.
¿Y para qué sirve saber la diferencia entre un chinche y un chipo?
El ambiente más común para un caraqueño, barquisimetano o cumanés es una avenida llena de carros o un centro comercial y no un bosque, un espinar o un manglar. Por ello, parece más importante aprender de como sortear el tránsito o cuidarse de los delincuentes que hacerlo sobre especies que aparentemente no tienen ninguna influencia sobre nuestras vidas.
Entonces, qué puede tener de malo sufrir de un poco de analfabetismo biológico. Veamos rápidamente lo que nos estamos perdiendo:
Desaprovechamos oportunidades
La biodiversidad incluye grandes cantidades de recursos los cuales han sido aprovechados por todas las generaciones, aunque no siempre de manera responsable, han servido para sustentar la vida y la prosperidad de los humanos. Esta conexión se ha venido rompiendo por el crecimiento urbano, la destrucción de los ecosistemas y la economía globalizada. A pesar de ello, el aprovechamiento de la biodiversidad aún ofrece grandes oportunidades para apoyar la construcción de sociedades sustentables.
Un ejemplo común en este sentido, es el aprovechamiento de frutos y otros productos biológicos de origen local, los cuales presentan mejores propiedades nutricionales que muchos de los exóticos o importados. La mayoría de ellos están mejor adaptados a las condiciones ambientales, son más fáciles de cultivar, su producción y comercialización local es más sustentable y su uso fortalece nuestra identidad cultural.
Nos hacemos más vulnerables
Los habitantes en las zonas recién urbanizadas entran en contacto con animales y plantas que pueden representar riesgos importantes para su salud y seguridad. Con mucha frecuencia estas personas no tienen los conocimientos, ni habilidades para reconocerlos y protegerse adecuadamente.
Igualmente, las nuevas generaciones desconocen la importancia de muchos ecosistemas naturales en la mitigación de catástrofes tales como inundaciones, derrumbes, tormentas, etc. así como el enorme valor de los bosques urbanos para amortiguar los extremos de temperaturas y disminuir la contaminación del aire.
Somos menos humanos
Por el contrario, personas, particularmente niños, sin contacto con la naturaleza son más propensos a la obesidad, tienen menor capacidad física, aptitud respiratoria y cardíaca, así como problemas emocionales y de comportamiento. Estas condiciones han sido englobadas en el concepto de “trastornos por déficit de naturaleza”.
Asimismo, la naturaleza es fuente de disfrute, goce estético y tiene conexiones profundas con nuestra identidad cultural, por ello la desconexión con la naturaleza nos lleva a la sensación de vacío existencial y la falta de conexión con la vida.
Olvidamos a la naturaleza
Un último efecto degradante de la falta de contacto con la naturaleza es la creciente apatía y falta de compromiso con la naturaleza y cualquier tema ambiental.
El escritor estadounidense Robert Michael Pyle escribió una frase al respecto: “Sólo la gente que le importa algo lo conserva, la gente que no conoce no le importa ¿Qué significa para un niño la extinción de un cóndor si nunca ha visto un pajarito?
Igualmente, Baba Dioum, un conservacionista y poeta senegalés dijo: “Al final, sólo conservamos lo que amamos, amamos lo que conocemos, conocemos lo que se nos ha enseñado”.
Parques para la vida
Revertir estas situaciones es posible y necesario, pero exige esfuerzos importantes educativos y participativos de toda la sociedad y las instituciones relacionadas con la gestión ambiental y la educación. Pero en el centro de esos esfuerzos deberá estar crear las oportunidades para que las personas de las ciudades en particular los niños de las ciudades, tengan las posibilidades de tener experiencias de contacto con la naturaleza y los seres vivos. Por ello los parques urbanos tienen que ser espacios para el aprendizaje y la reconciliación entre las personas y la naturaleza y no únicamente como lugares para la recreación.
Cuando pienso en parques no sólo me viene a la cabeza la idea de áreas verdes de uso público, sino también incluyo avenidas arboladas, jardines (públicos y privados) huertos urbanos, plazas, techos verdes, zonas verdes municipales, parques portátiles y cualquier otro espacio que podamos llenar de verde y robarle espacio al concreto y el pavimento.
Me gusta soñar con la posibilidad de llenar a Caracas de parques. No unos pocos por no dejar. Si no devolverle el verde a la ciudad. No solamente grandes parques para mucha gente, en pocos sitios, sino parques medianos y pequeños en todas partes, parques conectados y diversos, parques para la gente en todas sus expresiones y en particular romper con la injusticia actual de la ausencia de parques en las zonas populares.
Pero queda claro que no habrá biodiversidad sin educación para la biodiversidad y es en los parques públicos es donde debemos generar acciones para aprender y re-conectar a las personas con la naturaleza y enseñar (y aprender) sobre la naturaleza y el disfrute respetuoso de la misma en contacto directo con la misma.
La educación para la conservación de la biodiversidad en las ciudades no es un tema meramente bonito y accesorio, es la oportunidad que tenemos para ayudar a desarrollar ciudades sustentables en las que habitan comunidades y personas con capacidad para construir un mundo con un futuro promisorio para todos.
Fotograma de la película Wall-e |
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