1 feb 2017

@morrocoyusuario un cuento de morrocoyes en el metro





Más razones para educar sobre la biodiversidad a las personas que viven en ciudades


Entro al metro en la estación Chacaito y logro  encontrar un asiento al lado de un niño de unos seis años. Tenía en sus manos una cajita con un morrocoy no más grande que la mano de un hombre adulto. Alrededor del animalito había varios pedazos de lechuga y nada más.

Para muchos de los que nacimos y vivimos en ciudades, nuestra experiencia sobre animales silvestres es escasa y la principal fuente de información es la televisión. Infortunadamente parte de la información que adquirimos por este medio es falsa o es una re-simplificación de la realidad.

Además muchos crecimos viendo comiquitas (dibujos animados) Estos programas nos crearon una serie de ideas fantasiosas con respecto a muchos aspectos de la vida y en particular sobre los animales y su alimentación. En estos programas los conejos siempre aparecen comiendo zanahorias, los ratones queso y las tortugas terrestres lechuga. Hasta Mafalda le da lechuga a su tortuga “Burocracia”.




Hace unos años, tuve la oportunidad de aprender con mi amigo Saúl Gutiérrez que los morrocoyes requieren de una dieta variada para crecer y mantenerse sanos. En algunas ocasiones presencié como a su oficina se acercaban personas que querían donar morrocoyes que ya no querían tener. Algunos tenían deformidades en sus caparazones. Habían vivido encerrados en el interior de viviendas, sin acceso al sol y alimentándose de manera inadecuada (¿Eso es una forma tortura no?)

Vuelvo a mi historia con el morrocoy en el metro y el niño que lo poseía.

Le pregunto a este último: - ¿Dónde está tu mamá? Y me contesta señalando con el dedo a una señora joven parada a su lado. La señora me miró con gesto de suspicacia cercano a la cara de cañón y me pregunta qué quiero.

Pongo mi mejor cara de profesor y le hago algunas recomendaciones básicas para una alimentación más o menos adecuada de estos animales.

La señora me oye con desconfianza, pero al final parece que le llegó la idea. Sobre todo cuando le dije que en su casa tenía fuentes de alimentación sanas y más baratas (esto resultó la palabra clave) que la lechuga. Le conté que podía suministrarle restos de vegetales y frutas que usara en su cocina y que le adicionara pedazos de auyama cruda de vez en cuando (Saúl cultivaba sus propias auyamas para sus morrocoyes).

En la próxima estación se bajaron. No tuve tiempo de hablarle sobre la importancia de que el animalito tuviera acceso a la luz solar y tuviera una superficie para caminar que no fuese únicamente el piso duro y frío de un apartamento, ni mucho menos que estos animales necesitan un pequeño porcentaje de proteína en su dieta.

En este momento ya varios de mis amigos amantes de los animales están con el dedo en la respectiva tecla del “dislike” o del final de la amistad. ¿Eso fue todo lo que le dijiste? ¿Cómo no reclamaste a la señora que tener un animal silvestre en una casa es un acto ilegal y cruel?

Quizás tienen razón, pero ya hace tiempo me di cuenta que esos argumentos eran inútiles y  a veces peligrosos para el animal y el ambiente.

Las personas que se criaron en zonas en la cual es costumbre poseer animales silvestres como mascotas, no se perciben a sí mismos como infractores de la ley o personas crueles.

Para ellos no puede ser delito lo que siempre ha sido así, sobre todo si su madre o su abuela tuvieron aves u otros animalitos en su casa (o van a convencer a alguien que su madre era o es una delincuente)

Igualmente, ellos no se ven como crueles: los cuidan y les dan comida, tal como lo hacen con sus otras mascotas, independiente de que sus creencias acerca de la alimentación de la especie en particular sean totalmente erradas.

Por otra parte, puede ser peligroso inducir a uno de los dueños a liberar a un animal que han mantenido en cautiverio. Sobre todo si ya ha pasado mucho tiempo desde su captura.

Frecuentemente no será liberado en su hábitat natural  y cuando llevan un largo tiempo en cautiverio estos seres vivos pierden sus habilidades para mantenerse por sí mismos.

En estos casos, la vida del animal “liberado” será penosa y muy breve. En el peor de los casos, la introducción de ciertas especies en zonas distintas a su origen puede generar graves problemas ambientales al invadir hábitats, desplazar a especies locales y diseminar enfermedades.

Por ello, los que trabajamos en temas de conservación o educación ambiental nuestra labor debe ser previa a que alguien pueda adquirir un animal silvestre como mascota.

Necesitamos convencer a las personas a que no compren, ni extraigan animales silvestres. La campaña, “mi casa, no es su casa” fue emblemática y deberíamos ser capaces de retomarla y mantenerla.

Asimismo, hay que denunciar a las redes de delincuentes que trafican con especies de la vida silvestre, labor que cuando es posible hacerla, hay que proceder con inteligencia y prudencia.

A la vez, será necesario luchar contra las condiciones de pobreza que llevan a las comunidades rurales e indígenas hacia el comercio ilegal de especies de la fauna.

Por otra parte, será necesario reforzar las instituciones de control y gestión ambiental para que puedan hacer su trabajo de manera eficiente y con justicia.

Pero siempre quedará la situación de los animales que fueron capturados y viven en cautiverio. En esos casos, será necesario educar  a sus dueños para que de manera responsable puedan mantenerlos en las mejores condiciones posibles.

Esto al menos como solución provisional, hasta que tengamos centros de refugio para animales silvestres, como existen en otros países. Instituciones que tendrían como función principal rehabilitarlos para reintroducirlos de manera segura a sus hábitats, así como reproducir a los que no estén en condiciones de vivir por si solos para luego liberar a sus crías.

¿A algún directivo del flamante nuevo ministerio de ecosocialismo y aguas le interesaría promover estas acciones? ¿O quizás se pueda le interesar uno del Ministerio de Educación el incluir el conocimiento de la biodiversidad nacional y local como parte de los contenidos educativos necesarios en la escuela venezolana? Claro, son tareas demasiado cotidianas y no dan beneficios políticos, ni económicos, así que nada, será para la próxima.

Por ahora sólo me queda desearle buena suerte al @morrocoyusuario en su vida urbana.


En memoria de Saúl Gutiérrez que me enseñó lo poco que sé sobre morrocoyes.


Adición posterior: Tampoco tuve tiempo de pedirle a la señora que le enseñara a su hijo que el pequeño morrocoy es un ser vivo y no un juguete, por lo que debía tratarlo jugar con el, ni usarlo como objeto para ser arrojado, ni ninguna de las otras cosas que se le pueden ocurrir a un niño que aún no ha desarrollado la capacidad de entender el respeto por los seres vivos.




2 comentarios:

  1. Maravilloso escrito. Es tan cierto lo de la falta de cultura de la población. Se piensa que tener a un animal de la fauna silvestre enjaulado o encadenado es potegerlo.
    Para su información existió un centro de rescate en Cojedes y en la actualidad hay uno en la isla de Magarita. Fue Saúl Gutierrez un buen maestro.
    Puedo dar información adicional.Lucy Alio

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  2. Comparto la idea de ejercer la responsabilidad de socializar la información a la que hemos afortunadamente tenido acceso, en las vivencias cotidianas, porque es allí donde se construye diariamente con el otro eso que llamamos cultura. En el metro, en la calle, en el mercado,en la comunidad, en fin, en todo espacio de intercambio, es nuestra decisión participar de esa transformación en la forma cómo nos relacionamos con la naturaleza.

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