21 jul 2016

Unión, unión… A propósito del Arco Minero del Orinoco





“Somos en la hora presente un archipiélago: o sea, islas unidas por aquello que las separa”. Vladimir Maiakovski, poeta ruso.

¿Cómo unirnos para la defensa de nuestro “canon” histórico y de nuestros intereses nacionales, cuando pululan las circunstancias que nos conducen a la feroz discordia? 
Mario Briceño-Iragorry, historiador y ensayista venezolano.


Cada vez más personas en este país rechazan el Decreto de Zona de Desarrollo Estratégico Nacional Arco Minero del Orinoco.

Esa mayoría entiende que el mismo trae implícita la locura de destruir el 12% del territorio nacional, la reserva de agua del país, múltiples culturas indígenas y la posibilidad de un desarrollo armónico a partir de las riquezas de nuestra biodiversidad. Esto a cambio de la riqueza ilusoria y efímera surgida de extraer un puñado de oro, diamantes y otros minerales. Asimismo muchos repudian el intento de disimular las verdaderas intenciones de este proyecto usando un disfraz “ecosocialista”.

Frente a esta situación, se ha producido una enorme marejada de rechazo: En oposición al decreto se han divulgado comunicados, se han dado entrevistas en radio y televisión y se han publicado decenas de artículos de  opinión. Asimismo han ocurrido reuniones de científicos, activistas ambientales, defensores de derechos humanos y actores políticos, todos ellos condenando la terrible intención de destrucción y muerte.

Esta amenaza ha generado un escenario político que parecía imposible hace unos pocos años: La aproximación, en las ideas, entre grupos, organizaciones y personas que aún están en orillas opuestas del abismo creado por la política de polarización que nos han impuesto en el país. Y no es que estos grupos estén renunciando a sus posiciones políticas, ni a sus desconfianzas y resentimientos mutuos, sino que parafraseando a Jorge Luis Borges, no los une el amor, sino el espanto.

Un elemento interesante de esta movilización de opinión es, que si revisamos todos los argumentos emitidos, nos pudiera quedar la idea de que, aparte de ciertos puntos de vista particulares, se utilizan premisas y considerandos tan similares que pueden parecer provenientes de un solo grupo de actores y no de una enorme diversidad política, profesional y sectorial.

Pero a pesar de la similitud en sus argumentos, en casi todos falta un aspecto fundamental: Que no hay propósito de unión, más allá de la condena unánime al decreto.

Como diría Cantinflas “allí está el detalle”. En estos grupos no parece existir la necesidad de actuar articulados alrededor del objetivo común de defender los derechos ambientales de los venezolanos.

Siguen presentes los mismos tropismos políticos que han destruido la unidad nacional y nos ha convertido en un archipiélago de islotes tropicales llenos de aves vociferantes, pero a la vez sordas a todo lo que venga de la isla de al lado. Aunque nos estén alertando del tsunami que nos destruirá a todos.

Así que volvemos a la vieja política del “chiripero”. No importa que Alí Primera haya intentado glorificar esa acción en uno de sus cantos, pero el aislacionismo y el sectarismo han sido siempre errores políticos que han impedido el logro de avances sociales importantes.

Son tan fuertes estos hábitos de aislamiento y exclusión, que todos los intentos que han sido realizados para reunir a los principales grupos ambientales bajo la bandera común de la defensa del ambiente han sido respondidos con el silencio, el escepticismo o la suspicacia.

Dentro de este panorama de grupos blindados y mutuamente excluyentes, surgen los caudillos del ambientalismo radical. Ellos se colocan en la posición de jueces que invalidan, deslegitiman y condenan todo intento de actuar de manera distinta a sus dogmas personales.

Eso no quiere decir que no sea importante la discusión constructiva, pero no es lo mismo debatir sobre las mejores maneras para enfrentar un problema, que descalificar a priori cualquier postura distinta a la suya.

En particular, estas personalidades no perdonan ningún intento de moderación o de búsqueda de articular diferentes puntos de vista. Mucho menos parecen entender que para alcanzar objetivos mayores siempre será necesario sumar, dialogar y acercar posiciones de tal manera de  acumular las fuerzas necesarias para lograr avances efectivos, especialmente en situaciones difíciles. No entienden la diferencia entre hacer incidencia política y tirar piedras en las esquinas.

Mientras tanto, los enemigos del ambiente usan sin escrúpulos las armas de la más baja política. Así siguen avanzando en sus propósitos: logran contratos, reclutan profesionales para que les maquillen sus propósitos, seducen a otros gobiernos, blindan sus posiciones, crean ministerios y se hacen los sordos ante cualquier argumento que trate de impedir su propósito.

Únicamente un movimiento ambiental y de derechos humanos organizado, con objetivos claros de largo plazo, podrá hacer frente a esa embestida de lo peor del desarrollismo extractivista del país.

Sólo queda seguir diciendo como Bolívar: “¡Unión! ¡Unión! o la anarquía os devorará”.

Esta generación tiene frente a sí la posibilidad de que en un futuro sea conocida por haber logrado defender al país o, por el contrario, de haber permitido que un grupo pequeño de codiciosos delincuentes vendiera al país por treinta piezas de plata, o en este caso de oro.

La pelota está en el bando de los que creemos en un futuro para Venezuela más allá de  convertirse (otra vez) en espacio para el despojo y la destrucción.